Mi nombre no importa. Me llaman Jhonny. Soy hijo de un camionero navarro y de una extremeña. Mi viejo, que se ha pasado la vida entre Bilbao y Alemania, era un señor que me traía llaveros con luces y pósteres de equipos de fútbol y que me decía que estudiase y todas esas mierdas que deben decir los padres normales. Mi amatxu se cansó de Badajoz y de tener que besar las almorranas del señorito y ya en Bilbao se casó, fregó escaleras, limpió casas, parió dos hijos y puso las fotos de Txiki y Otaegui sobre los tres colores en el recibidor. Txiki era extremeño como ella. Cuando lo mataron lloró como si fuese carne de su carne. Eso decía.
Ella decía que en Euskadi se podía mirar al poderoso a los ojos. Tratarle de tú a tú. Mi madre era la mujer más fuerte del mundo con sus escasos metro sesenta. Tenía un bonito pelo negro y unos ojos más negros aun, además de dos pasiones: Los toros y el Athletic. Bragados, zainos y azabaches los unos y rojiblancos los otros. Disfrutaba del toro cuando volteaba al torero y la cuadrilla lo sacaba con el escroto descosido, camino de la enfermería. Al Athletic nunca le falto una vela los días de partido, al igual que cuando mi hermano y yo teníamos exámenes. Pero los leones necesitan cirios como morcillas de Burgos para ganar un partido y el único examen que aprobé en mi vida fue el de conducir. La teoría a la sexta y la práctica a la tercera. Una vergüenza para mi aita.
Mi vieja peleó como una jabata por nosotros. Ella fue rebajando sus pretensiones con los años. Al principio quería que estudiáramos una carrera para entrar en el banco de Vizcaya. Luego efepedos para a ver si entrábamos en altoshornos. En aquellos años todavía se podía aspirar a trabajar, aunque los de Euskalduna acababan de perder la primera de las batallas. Luego se conformaba con que estudiásemos mecanografía y euskera, para ser bedeles en un ayuntamiento. Pero tampoco. Nunca conseguí teclear con más de un dedo en aquella vieja Adler, que imprimía la k un poco por encima de las demás letras y las clases en aek se me pasaron fumando porros, del tamaño de la tabla del nor nori nork.
Un día pulí la máquina de escribir al Pelukas por dos talegos y mi vieja, la pobre, empezó entonces con la cantinela del graduado escolar en la escuela de adultos. Pero qué ostias. Lo que no puede ser no puede ser. Salimos vagos y torcidos y mi hermano y el menda nos hicimos aguadores. Cubríamos la calle mientras la peña hacía sus bisnes bajo los arcos de la Kultur. Allí aparecían los camellos y una legión de espantapájaros, intentando que al andar no se les saliesen los huesos de las junturas. Si veíamos algún julai con pinta de txakurra, dábamos el queo y aquellos yonkis de vida al ralentí, aceleraban el paso, se deshacían de la papela y aparentaban ser catequistas en recogimiento espiritual.
Yo cobraba en pasta. Al principio mi hermano también. Pero luego el hipódromo se instaló en su habitación y las apuestas siempre fueron contra él. Hablaba del fogonazo de la burbuja y después la muerte hervía en el culo de una lata de kas. A mi madre le convencimos de que era diabético. Pero las mentiras de un yonki son del tamaño de los castillos. Castillos de naipes. Castillos en el aire. Castillos de arena. Castillos desalmenados y con pies de barro. Se caen porque no tienen osamenta, ni carne, ni vergüenza para cimentarse. Son como la burbuja inmobiliaria de nuestros días. Se hinchan hasta que revientan y sale tanta mierda, que sólo puede ser tapada con más mentiras que se hinchan y explotan cada vez con mayor rapidez y hedor. Mi madre supo que no había insulina para aquella diabetes y debió de llorar, como cuando el gallego enano y con voz de maricona, fusiló a Otaegui y a Juan Paredes.
Antes de que hubiera un Proyecto hombre, sólo existían madres coraje capaces de todo por un hijo. Antes de este hoy estúpido y anestesiado, hubo desesperación pero también lucha. Tiempos salvajes y fríos que se llevaron a mi hermano, en menos de lo que se tarda en bajar una peli del emule. Esparcimos sus cenizas en el Pagasarri y vi como el aire las escupía lejos, aunque siempre he pensado que llevo parte de ellas en mi estómago. A veces me duele tanto que no me cabe la menor duda.
Podía haber sido de cualquier manera. Dando un palo, con un cóctel de neumonía y tuberculosis, con polvo de ladrillo en lugar de caballo turco, con un buco cocinado en gaseosa séptica o chutado bajo el tren de Plencia, sin poder levantar el chándal del rail. Pero se lo llevó el virus. Mucho antes de que los virus se propagasen con un simple e-mail, borrando los archivos del disco duro. El bicho le llamamos. Después se le dio nombre: VIH, SIDA, Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. Todo ese rollo de términos, con el que pusieron apellido a la misma muerte de siempre.
Llegó a nuestra casa cuando nadie lo esperaba, como vienen los testículos de Jehová cualquier tarde a tocarte los cojones con la palabra de Dios. Antes de que los teléfonos perdieran su cordón en espiral y se llevasen a todas partes en un bolsillo. Antes de que la wikipedia tuviese respuestas para todo. Ni los lomos brillantes de la Espasa, ni Informe semanal, ni su majestad el rey en el discurso de Navidad, nos dijeron por que la muerte, nos follaba jóvenes y guapos.
Llamó a muchas puertas del barrio. Todos los que compartieron máquina, tuvieron el mismo destino y se les fueron secando las carnes y alargando las ojeras. Algunos fueron rápidos como el chupinazo de Marijaia, otros aguantaron algo más para nada. Mi hermano no quiso esperar al fin. Un día abrió la ventana y se reventó contra el suelo del patio interior. Era invierno, llovía a mares y había intentado pasar el mono atado a la cama con la ayuda de mi vieja, que juró que no lo iba a desatar por nada del mundo. Fue la primera vez en que mi amatxu flaqueó en toda su puta vida.
A mi padre le pilló en Hannover y mi madre pegó su pecho al portarretrato de Txiki y Otaegui. Meses después mientras recogía sus cosas en cajas, me encontré El almuerzo desnudo. Tenía subrayada tres palabras a lo largo de todo el libro. La misma palabra. Burbuja.
En sólo cinco años vi caer a mucha peña. Fue una guerra que iniciamos contra nosotros mismos. Nadie fue juzgado en el tribunal de la Haya por aquel holocausto. No hubo homenajes a las víctimas de aquel terrorismo. Amigos de los de antes del facebook de los huevos, de los que un día te llamaban por el portero automático con los dedos untados en nocilla y que años más tarde, seguían dándote el toque para que te bajases a fumar porros y escuchar la cinta de Leño. Amigos para compartir y para darse de ostias. Que te decían como escaquearte de la mili o a quien pillarle unos gramillos y que al día siguiente te quitaban a la novia. Amigos de verdad. Me faltan dedos y manos para contarlos a todos, pero nadie puso sus nombres a las calles.
Por aquel entonces montamos la banda. Ni puta idea de tocar pero con uno una mala ostia que asustaban al más Rambo del barrio. No como ahora donde todo es pedantería. Recuerdo los primeros acordes. Bombas de rabia incontenible. Velocidad de vértigo en la forma de pasar por la vida. Empezamos en un sótano de la vieja del bataca. Su abuelo criaba conejos, pero los vecinos le pegaron el toque por que el portal fukeleaba a saco, así que el viejo del batera le dijo al abuelo que matase los bichos. Así lo hizo. Luego se le veía por la calle andando sin rumbo. Mustio y con cara de conejo, hasta que la próstata o la mixomatosis se lo llevaron.
Limpiamos la mierda de los orejones y en pocas semanas lo llenamos con la nuestra propia. Chustarras de porros, cascos de litronas, amplis viejos, guitarras que sonaban a culebra venenosa, canon-canons remendados con cinta aislante y micros que mangamos al barraquero de la chochona. Prácticamente vivíamos allí. Nos drogábamos, follábamos, dormíamos, tocábamos hasta que algún vecino nos daba el toque, trapicheábamos con desidrinas, cola de carpintero, éter, combi, caballo, anfeta y ajos, escuchábamos a Lou Reed y Vómito y escupíamos a una bandera de España, una ikurriña y una del Athletic que alguien colgó de unos clavos. De vez en cuando conseguíamos ensayar una hora con los tres o cuatro menos puestos.
El Pelukas todavía se venía al local y a veces tocaba algo. Traía letras panfleteras y nos decía que teníamos que comprometernos con el emeleneuve, pero el resto pasábamos del rollo. Éramos hijos kinkis de currelas emigrantes. Vivíamos en barrios de estética soviética. En pisos con tabiques como papel de fumar. Alcohol, malos tratos, fichar la cartilla del paro, reconversión, fondos de promoción y caballo por la vena. En verano íbamos a Extremadura y nos llamaban vascos, pero en Bilbao éramos extremeños. Parias en todos los putos sitios. Nada que envidiar a las familias desestructuradas de hoy en día.
Al Pelukas tampoco le gustaba que nos drogásemos y nos daba chapas sobre el tema. Seguía yendo al local pero sabía que nosotros no íbamos a dejar la anfeta y que nos la sudaba si Artapalo y Manuel Fraga se hacían un sesenta y nueve, así que un día ya no se trajo la guitarra de casa. Nos jodió dejarle de lado porque era colega, pero las drogas nos molaban y las patrias no.
En las cosas del barrio sí que tomábamos partido. A nuestra manera claro. Una vez un pavo se acercó al local a pulirnos unas zapatillas guapas sin estrenar que se había chorizao en una zapatería la noche anterior. Ladrillazo al escaparate y las Converse y las Nike que volaron. Nos dijo que tenía más en el maletero de un coche abandonado en el aparcamiento de Sarriko y que las pulía barato.
-Ofertón guapo -decía el julandrón.
-Paga un par y te llevas dos -soltaba con los párpados medio chapaos y una piñata blanquinegra de teclado de organillo parroquial.
Le acompañamos al coche y nada más abrir el maletero empezamos a patearle. Cinco pavos a puñetazos y patadas contra un pobre mangui que no podía amordazar el aullido de su vena hambrienta. El muy notas había paleao la zapatería del barrio. La zapatería de la vieja de nuestro guitarra. El guitarra que estaba en el local cuando se presentó el jambo, nos hizo una señal para seguirle el rollo. Cuando vio que todo el botín estaba en el maletero fue cuando lo tumbó de un bofetón y empezamos a ostiarlo.
-Te vamos a enseñar puto yonki de mierda.
–Sí, para que robes a nuestras viejas hijoputa.
–Darle bien. Que aprenda a respetar.
-Si, reventarle la puta cabeza a ese maricón hijodeperra.
Dicho y hecho. Alguién saltó sobre la cabeza de aquel desgraciado y se acabó el mono, el ofertón y todo. Pillamos las zapatillas y nos piramos. Eran las dos de la noche de un martes. El Correo habló de un ajuste de cuentas por tema de drogas y la madera le colgó el marrón a uno de los del dispensario de metadona, que no quiso hacerse chota de la pasma. Había sido el primer BBC que conocimos. Un mulero. Bogotá-Barajas-Carabanchel. A pocos meses de haberse chupao dos años cuatro meses y un día, se comió nuestro marrón en el maco de Basauri y nosotros seguimos limpios y con la vieja del guitarra inflándonos a churros y chocolate del que no se fuma.
El yonki que nos cargamos vendía klinex en el cruce de Enekuri y en el semáforo de Cantalojas. Meses antes le habíamos hecho un favor. Un julai en un pedazo de buga, le pillaba klinex. Se lo fue camelando y un día le invitó a subir para ir a una fiesta. En el asiento trasero iba otro pavo medio sobao. Lo llevaron a un descampado y la bella durmiente despertó del sueño. Era un armario tocho de cojones que lo tuvo bien amarrado para que el conductor le diese bien por el culo. Cuando se aburrieron de follárselo a turnos, le metieron unos cuantos viajes con el gato del coche y lo dejaron sangrando de la cabeza y el culo, pero consiguió arrastrase a la zona de desierto Erandio y pedir ayuda.
Un día que íbamos a la palanca a pillar, les reconoció en Barrenkale en plena Aste nagusia y aplicamos el correctivo. Nadie tocaba a nadie de nuestro barrio sin pagarlo. En cuanto olieron que íbamos a por ellos empezaron a patear buscando refugio en Dos de mayo, pero los ligamos nada más pasar la ría. En nuestro terreno. Al chofer le partimos la cara a puñetazos. Al armario ropero le tiramos la tapa de una alcantarilla a la cabeza después de inflarlo a ostias con botellas y una papelera. Le hubiésemos salvado de otras, pero lo de chorar a la vieja de uno de los nuestros no podía ser.
He tenido suerte y nunca hasta el momento me he comido un marrón. Ni mío ni de otro. Incluso cuando Pelukas empezó a pasearse por el barrio con una fusca bajo la cami del gaztetxe y luego de que los fachas matasen a Muguruza y anduviera pintando por el barrio: Herria ez du barkatuko. Yo ya había pasado por el euskaltegi de Larrako y le dije que se le había olvidado el ergativo. No tenía ni puta idea de lo que era eso, así que le dije que pondría una K después de herria. Que una cosa era ser un gudari maketo y otra analfabeto. Se me chinó, me miró fijamente a los ojos y tuve que recular con la mirada, pero hizo caso y el spray volvió al rescate del ideal y de la ortografía.
La pipa se la jilé un día que íbamos de potes por Luzarra. Le vi metida en la cintura, unas cachas con las siglas. Lo saqué del garito y le agarré de la pechera con la mejor intención. En plan colegas y eso.
-¿Qué cojones andas?, ¿De quién es la cacharra?
-Tranqui Jhonny es mía, que ahora estoy dentro de la organización –Me saltó.
-¿Que pasa?,¿Pero tu estas atontao o que? -le dije a cinco centímetros del careto.
-Alguien tiene que hacer algo ¿No?
-Si pero no tu pedazo de subnormal. Tu no tienes ni oficio, ni beneficio, ni graduado escolar. ¿Que revolución vas a hacer tu? ¡Tu padre era un puto aceitunero muerto de hambre en Jaén y tu vieja es una puta beata de Burgos! ¡Cojones! ¡Te llamas Lucas Vinagre González y de repente eres vasco de la ostia!
-Suéltame quetemepico aquí mismo- me dijo al tiempo que posaba el hierro en mi entrecejo. El Pelukas había pasado de ser el saco de las ostias de la cuadrilla, a tener dos cojones, sin necesidad de mecanografiar doscientas pulsaciones por minuto, ni de graduado escolar, ni pollas en el primero de sus apellidos.
Nuestras miradas se soldaron durante unos segundos y volvió a doblármela por segunda vez en mi vida. Luego continuó:
-Solo tengo que pegarte un tiro y llamar a egin. Digo que eras parte de la estrategia represiva española empeñada en aniquilar a la juventud vasca y listo, un traficante menos, la gente contenta, los del bar a callarse la boca, los gilipollas del gesto a hacer un circulito en la facultad de Sarriko, unos cuantos titulares de los fachas del Correo y telenorte y así hasta liberar Euskadi de gentuza como tu. Hasta tu vieja que es de nuestro rollo y que sabe la basura que eres, nos iba a aplaudir.
-Ulertzen Jontxu?
-Bai, tranquilo colega. No pasa nada. Si sabes lo que haces por mi está bien. Perdona tronco.
El hierro volvió a incubarle los huevos y volvimos a entrar en el bar. Me metí un tirillo en el baño y saqué una ronda a mis colegas. Pelukas aceptó el trago e intuí que volvía a buscar la línea de flotación de mis ojos, pero mis pupilas no estaban para pulsos. Supe entonces, que aquel chaval al que había corrido a collejas por el barrio, el tonto de la clase, el inocente al que robaba su paga para pillarme chicles boomer, sería capaz de pegarme un tiro, dejando un casquillo de nueve milímetros como firma.
La banda fue creciendo. Los ensayos eran casi diarios y con la misma peña. Empezaban a salir temas. Primero versiones del Solidarity y del God save the queen y luego temas propios. Pulimos dos mil copias de nuestra primera maqueta en tan sólo una semana y sin salir del Botxo. Cuando las cintas TDK de noventa, con celo en las pestañas, eran nuestros emepetreses. Empezamos a tocar en todas las esquinas. La fama nos precedía allá donde fuéramos. En cada bolo había problemas. Peleas, navajazos, la policía caneándonos, altercados con comerciantes y vecinos y cartas al director en el Correo y Deia.
Atraíamos a tres o cuatrocientas personas que nos seguían allá donde fuéramos. Gente torcida. Auténticos sacos de problemas, con las intenciones más negras que sus chupas de cuero. Los ayuntamientos nos vetaban. Teníamos problemas con los organizadores de los festis y en Burgos la catedral apareció decorada con frescos a brocha gorda. El Miguel Angel en cuestión dejó el nombre de nuestra banda sobre la sillería centenaria, junto a cruces invertidas y el deseo de que la dieta de los leones se enriqueciese con carne de cristianos. La prensa fachorra nos acusó de escarnio a la religión católica. La prensa progre de apología del terrorismo y los de egin pasaron de nuestro culo porque tenían que defender otros traseros mas revolucionarios que los nuestros.
Nos metimos en un local nuevo, alquilado con unos pavos que al principio eran guai pero que luego les tuvimos que partir la cara no me acuerdo porqué. Hicimos una gira por Europa y a la vuelta firmamos nuestro primer contrato y grabamos un disco en condiciones, que veinte años después sigue vendiendo y que se ha convertido en un puto mito del punk. Uno mas. Guardo una copia en vinilo, ahora que los niños miran un LP como el que presencia un platillo volante, para preguntarte después que cuantos gigas tiene.
La cosa iba bien. Nos metíamos bien de caña pero ensayábamos y respondíamos en los festis. Volvimos a grabar otro LP y hasta lo reseñaron en el Maximum R´N´R. El que nos lo tradujo del fanzine decía que ponían que nuestra música era como un coche bomba de los separatistas vascos, que éramos auténticos punks y no sé cuantas cosas mas. Se pulieron un montón de copias y el master se lo fueron vendiendo de sello a sello sin que viésemos un puto chavo de los royalties. Así espabilamos y el siguiente lo grabamos por nuestra cuenta. Cuando la discográfica mordió el cebo le dijimos: ni royalties ni ostias, cuatro millones de pelas y os pasamos el master. A los quince días cada miembro de la banda pilló por primera vez un kilo. Con dos cojones.
Eramos una bomba y necesitábamos espoleta. Y la tuvimos. Sucedió todo el mismo día por extraño que pueda parecer. Yo tenía que renovar el denei para formalizar el contrato con Discos Frenétikos. Me abrí para la comisaría de la madera y a cien metros vi como dos chorbos aparecían en una moto, el que iba de paquete, descerrajó cuatro tiros al madero de la puerta y se najaron en dirección Erandio. Era el mismo madero que me había dado la cita para el DNI. Un borrachín que me caía bien porque tenía los cojones de animar al Madrid contra el Athlétic en el bar “Los leones”. Aquel día me quedé sin imprimir la huella.
Cuando fui a casa para decirle a mi vieja que gracias a sus coleguitas me había quedado sin carneto y sin poder pillar el kilo, me la encontré llorando con una camisa de mi viejo en las manos. Tenía carmín en los cuellos. Al parecer a parte de traernos pósteres del Benfica, se follaba a putas en la cabina del camión.
Me piré. No quise escucharla. La calle ahora era un enjambre de txakurrada. Uniformada y de paisano. Mogollón de maderos, círculos de tiza en el suelo alrededor de cada casquillo, una sábana llena de sangre, las viejas en las ventanas, los comentarios de no hay derecho, ya está bien, asesinos o esto se arregla con la negociación, mezclados con los gritos de la pasma. Fuera de aquí, disuélvanse coño, la madre que les parió hijosdeputa. El cielo era gris. Gris fabril y reconvertido. Gris húmedo y desesperanzado. Plomo puro. Hoy Bilbao sigue siendo gris, pero es un gris titaneo, cool, moderno y con pasta.
Busqué refugio en el local. Noté que alguien había movido mi ampli. No me gusta que me toquen el equipo. Tras él y bajo un montón de hueveras, de las que habían sobrado para insonorizar el local se intuía una bolsa de deportes. Era como la que el Pelukas llevaba al polideportivo. Era la del Pelukas, solo que en vez de ropa, aparecieron fuscas, munición, detonadores, zutabes, jotakes y varios cartuchos de goma dos. Había un manojo de papeles con nombres y fotos de gentuza con corbata. Estaba también la del madero muerto y un comunicado escrito a máquina, con la k sobresaliendo de las demás letras. Hace muchos años, por cierto, las máquinas de escribir sonaban a metralleta.
Con todo el marronazo en las manos alguien entró como un huracán al local. Era nuestro bataka, con una botella de champán Dubois del chungo, que se estrelló contra el suelo, al verme pertrechado de pirotecnia variada. Se había librado de la mili tras quince días en el tribunal de Burgos papeándose el fósforo de cerillas machacadas, chupando tiza para provocarse fiebre, haciéndose el loco, gritando, babeando y cagándose encima y tenía ganas de celebrarlo. Nos miramos sin vernos y el champán derramado en el suelo, nos crionizó los cojones como a Walt Disney.
Salimos del local con la bolsa al hombro. Como quien va a jugar a futbito a la cancha. Pasamos por la acera frente a toda la movida de ambulancias, DYA, coches patrulla, el fotógrafo del Correo y politicastros hijosdeputa que rentabilizan cada fiambre. Hoy en día eso es lo único que no ha cambiado. El espectáculo obsceno de plañiderismo a cambio de minutos de protagonismo y de putos votos que los aúpen en unos casos o que los mantengan en la poltrona de coche oficial, dietas, sueldazo y jubilación al ciento por ciento con cuatro años cotizados en el cargo. Ójala revienten todos. Mamones.
Pero sigo con la peli. Salimos del barrio buscando la ría y justo en el momento de lanzar la bolsa surgió bajo el puente de Rontegi un ritmo rojo a toda ostia que clavó sus frenos en nuestros talones. La bolsa se hundió en el agua aceitosa y negra al mismo tiempo que del coche surgieron el voceras y el guitarra con una flipada de tripi de doble gota directa al bolo, vía ocular.
-¡Subid troncos que somos el equipo A!
La mitad de la banda acababa de desmantelar un zulo, cuando supimos que la otra mitad, yendo al banco a ingresar parte de la pasta de la compañía discográfica, se comió un ajo, empezó a flipar, que a ver si había cojones de atracarlo, que si sí que si no, la cosa es que se pusieron dos bolsas del eroski en la cabeza con dos agujeros hechos en el plástico, empuñaron una olla a presión de la vieja del cantante, que tenía lentejas dentro y sin dejar lo suyo se hicieron con otro par de kilos en el Central Hispano. Aquí dentro hay mucho hierro. O nos dais la pasta o reventamos todos hijosdeperra, debió ser la fórmula empleada ante la cajera.
Cuando la noche llegó y el barrio intentaba recuperar el resuello, un bombazo nos encogió los huevos. El bar Miami, donde solíamos trapichear, se fue a tomar por culo. Supe que el Pelukas no tardaría en acudir al local para seguir limpiando Euskadi a base de cacharra y goma dos. No perdía el tiempo y después de lo del zulo, intuía que a mi nuca se le iban a abrir los poros. Además por aquellos años yo era un trapichero, yonki e hijodeputa y no me apetecía ser encaramado a los altares democráticos, como un buen chico, estudioso, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a echar una mano, que había sido vilmente asesinado por la sinrazón de los terroristas y todas esas chorradas que dicen los putos periodistas de mierda, cuando te matan “los malos”.
En aquel tiempo triste, el Pelukas y otros muchos creían que luchar merecía la pena. Aunque acabasen en el anatómico forense con seis balazos en la cabeza y el tórax. Que cambiarían el mundo y librarían a la humanidad de la explotación del hombre por el hombre. Hoy hablamos con el manos libres, mientras vamos camino de la peluquería para mascotas, sin detenernos ante un desgraciado caído en la acera, porque nos repugna su tez oscura y porque que para eso ya están los del SAMUR. O mejor la policía, para que los echen a su país con una buena mano de ostias.
A nadie se le ocurriría hoy en día, matar y morir por la liberación de la patria y de la clase obrera. El mítico Che Guevara, que sabía que para parir un mundo nuevo había que cepillarse a los malos y que dejó su pellejo en ello, sólo es imagen para camisetas del Corte Inglés. Los héroes de hoy en día son el chiriflautas de Bisbal, cualquier niñopera caprichoso del Real Madrid, Fernando Alonso, español para todo pero suizo para temas de impuestos y las petardas aspirantes a chupapollas, del G.H.
Sabíamos que al Pelukas no le gustaría ver su arsenal decomisado por Jhonny el hijo de perra y su jauría sarnosa, en lugar de por Galindo. Estaba también lo del atraco y que el negocio musical estaba en Madrid. Así que pillamos el ritmo rojo de la expropiación bancaria, que a su vez había sido agenciado por los del equipo A tripitoso, con el procedimiento de ladrillazo en la ventanilla del copiloto, metimos una cinta en el casete y enfilamos para los madriles. Sonaba Tiempos nuevos, tiempos salvajes, que después de veinticinco años me sigue pareciendo una canción cojonuda.
Antes del truño de O.T. había buenas bandas. Como Ilegales, sí señor. Ahora sólo hay puta mierda clonada y cobarde. Parte de una estrategia desarrollada por los aparatos del estado, la CIA y el Mossad, destinada a convertirnos en zombis subnormales de babilla peremne. Chimo Bayo, King África y Enrique Iglesias son los nuevos jinetes de este Apocalipsis mental. Hace años que nadie encuentra una buena canción en esos vertederos llamados: loscuarenta, emeteuve ó Euskadi Gaztea.
Habíamos llegado a Madrid con el casete rugiendo: Agotados de esperar el fin, cuando alguien que llamó a casa se enteró de que el Pelukas había reventado al intentar poner otro petardo en el banco de Santander. Hoy en día se insufla dinero público a los bancos, pero antes no eran pocos los que querían devolverles el ojo por ojo y el robo por robo. Parece que nuestro socio tenía más zulos aparte del desmantelado y que estaba decidido a ser el gudari del mes.
Luego escuchamos en la radio que estaba muy grave en Cruces, que había perdido una mano y tres dedos de la otra y lo del estallido del globo ocular y que si salía del hospital le esperaba una condena de huevos canos, por tenencia, pertenencia, asociación de malhechores, un asesinato, dos en grado de tentativa, posesión y no sé cuantas jartadas mas.
Nos metimos unas lonchas de speed a la salud de nuestro colega gudari. Podían ladrar que había violado y asesinado a una vieja paralítica, que era pederasta, que comía genitales de bebés y que era la más despreciable de las alimañas de alcantarilla, pero un colega siempre será un colega y se le defiende a muerte. Al menos así eran las cosas en el barrio. Mucho antes del Google y de que los malos luciesen pieles de cordero, claro.
Dejamos atrás al Pelukas y a la guerra que nació antes que nosotros. Teníamos pasta y en frente Madrid.