domingo, 19 de febrero de 2012

LA VIDA EN CASETE DE AUDIO. Martín Roldán Ruiz

Foto: Martín Roldán Ruiz

Acomodando, después de mucho tiempo un rincón de mi habitación, encontré una vieja caja que ya había olvidado. Dentro había una buena cantidad de casetes de las más diversas marcas: Maxwell, Sony,  Panasonic, etc. Cada una guardaba la música que marcaron mucho en mi persona, bandas de diferentes estilos, pero básicamente punk o del llamado rock subterráneo peruano. Un pequeño tesoro sentimental que había acompañado las tardes de mi adolescencia. En esas épocas en que uno se diferenciaba por el tipo de música que escuchaba.
Eskorbuto, La Polla Records, Kortatu, Sex Pistols, Exploited, Metallica, eran los títulos que adornaban sus tapas. Unas con algún dibujo que yo mismo había hecho o con la fotocopia de la portada original. En fin, cada una tenía una historia que nos unía en una especie de hermandad, y que yo había traicionado, desde hace un tiempo, por el CD y el MP3.
De verdad que la tecnología digital y el Internet ha facilitado la vida de los melómanos, pero también nos has desligado de esos pequeños esfuerzos, que nos hacían valorar mucho las cintas de audio. Porque ahora todo está a la distancia de un Download.
¿O acaso no recuerdan la aventura para conseguir el casete de determinada banda o cantante? ¿Las privaciones que nos dábamos? ¿Y el sufrimiento cuando el cabezal nos mordía la cinta? Verdaderamente era una pequeña tragedia, porque  cabía la posibilidad de perderla para siempre y con ella las canciones de la banda que nos había costado un mundo conseguir. Algunos jóvenes Ipodistas, no entenderán de esto, y no porque no tengan los mismos sentimientos; pero, los que pasaron su adolescencia en los años ochenta, y más en un país como el Perú de esos años donde había pocas importaciones y los vinilos llegaban por encargo o costaban un dineral, me sabrán entender.
Como dije cada una de esas cintas tiene su historia. Por ejemplo, el casete donde tengo el Salve de La Polla Records, fue grabado en 1986 encima de uno de la banda inglesa Slade, que había pertenecido a un tío mío. Un amigo me había prestado el de la Polla, y me había gustado tanto que no deseaba perderlo.  Así que sin monedas en el bolsillo para comprar una cinta en blanco, solo me quedaba grabarlo en la que encontrara. Y fueron los acordes del Slade en vivo, los que pasaron al limbo para dar paso a los guitarreos rabiosos de temas como Estrella del Porno, Come Mierda, Muy Punk, Canción de Cuna, entre otros. Por muchos años me habrían de acompañar, hasta que las abandoné, y pasaron a la caja de los recuerdos.
 Así fueron grabadas muchas bandas directamente de otras cintas, o de los LPs que algún amigo conseguía. O también eran mandados a grabar con ciertos personajes como el Cachorro, guitarrista de Narcosis, que se especializaba en música de La Movida Española y grupos punki. O en los mercadillos de venta de casetes como el que había en las escaleras de la Universidad Villareal en la avenida La Colmena. No siempre con gratos resultados.
Por ejemplo, con El Cachorro, podías pagar por el casete grabado pero no sabías cuándo te lo iba a entregar. Podían pasar meses, y en lo que te gastabas en pasajes, para ir a recogerlo y que te dijeran aun no está listo, o no encontrar al Cachorro en su casa, ya estaba costándote el doble. Pero la variedad de vinilos de bandas que no se encontraban fácilmente, te hacían volver una y otra vez. En la Colmena no era tanto así, porque te vendían el casete ya grabado. Pero cuando no lo encontrabas, tenías que acomodarte al gusto y al tiempo del piratero para verlo otra vez en su mostrador.
Igual con el tiempo te ibas apertrechando de casetes que por su costo, en comparación a  los vinilos, podías comprar más seguido. Aparte, su pequeño tamaño  te  permitía cargar con todos tus pertrechos musicales en una mochila. Y llevarlo a los lugares donde una grabadora y unos licores te hacían los amaneceres más soportables, junto a los amigos que iban armados, también, con sus mochilas llenas de cintas.
Pues bien, los accesorios para una buena juerga con los amigos, no solo eran los casetes, sino también las pilas; y, principalmente, el lapicero  para rebobinar la cinta. Pero no cualquier lapicero, tenía que ser de la marca Faber – Castell, porque su forma hexagonal, calzaba bien, y hacía girar rápidamente hasta dar con el tema deseado.
Era una forma de vivir la música, no sé si mejor, pero creo yo más sentida. Más cercana con el objeto, más de intimidad. Porque no solo lo grababas o lo mandabas a grabar, sino que tú mismo armabas las portadas.  Las hacías a tu gusto, queriendo igualar la portada original. Pero en la mayoría de veces dándole tu propia interpretación, tu propio sentir, tu propio arte. Hace poco supe de un artista plástico que hizo una exposición de los dibujos que realizaba en los casetes de su época adolescente ¡Verdaderas obras artísticas!
 Después cargabas con ellas para todas partes, donde sabías que iba a haber una reproductora. Y no te importaba el peso o la incomodidad. Estabas llevando sobre la espalda, lo que te diferenciaba o lo que te hacía alguien en el mundo. Esos casetes que escuchabas una y mil veces, iban de la mano con lo que sentías, en determinado lugar o en determinado día. Y los escuchabas hasta que la cinta se gastara, y el sonido se iba perdiendo entre acorde y acorde. Pero igual, ese era el sonido que sentías como tuyo. Por eso qué raro se nos hizo escuchar a las mismas bandas o las mismas canciones, cuando llegaron en formato de CD, ¿no?
Como decía, perder una cinta era muy doloroso, por esa carga sentimental, aunque cabía la posibilidad de conseguir otro, pero ya no era lo mismo. Aparte, iniciar la odisea ya recorrida, era como para pensarlo dos o hasta tres veces. Ahora, no pasa lo mismo. Hace unos meses mandé a resetear mi disco duro y se perdieron muchos archivos de música. No lo lamenté, porque sabía que podía bajármelos de inmediato.
Y hoy tienes tanto a tu disposición que ya la música se hace impersonal, ya se hace un infinito que sabes nunca podrás escuchar todo lo que te puedes bajar, y te vas direccionando a lo que realmente te gusta. Pero tienes tanto de tanto, que ya no te puedes diferenciar. Todos tienen de todo, y tú dentro de ellos.
Por eso lo que llevas en el Ipod, ya no es tan tuyo como los casetes. Ahora ni siquiera sientes el peso del aparatito en el bolsillo. Es como algo más que está ahí, como una necesidad asolapada que sacas y pones como si fuera un coito ocasional, sin pensarlo, sin sentirlo. Ya no sientes el peso de los casetes en tu espalda, ni  la angustia por encontrar el indicado entre las decenas de cintas de la mochila. Por eso el disfrute cuando comenzaba a girar dentro de la casetera, y sonaba el silencio de los vacios entre canción y canción. Es verdad eso de cuanto más la sufres, más la disfrutas ¿no?
Hoy quizás todo puede ser más fácil, pero justamente en lo fácil se dejan de valorar los pequeños detalles, las sencilleces, y las cosas se obtienen y se abandonan como si nada, –incluso con las personas– pero no se guardan con cariño, porque sabes que son parte de ti. Como esa caja de viejos casetes donde está almacenado el soundtrack de mi vida.


MARTÍN ROLDÁN RUIZ

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