sábado, 11 de febrero de 2012

AMNESIA INMOVIL. Iker Barandiaran


 
La jodida crisis económica, social y de costumbres que sufrimos los de a pie no la provocó la crisis hipotecaria de Estados Unidos; el verdadero culpable de ella y de muchas de nuestras desdichas es el teléfono móvil. Sí, el teléfono móvil, ese extraño acompañante que a todos los sitios nos sigue, nos controla día y noche y del que no nos podemos separar ni aunque queramos.

Los móviles han eliminado cientos de puestos de trabajo y se han llevado bajo tierra a infinidad de oficios centenarios. Son los culpables de que ya no se fabriquen relojes, linternas, ni calculadoras entre muchos otros aparatos, porque a todo llegan y todo lo suplen, o eso nos han hecho creer por lo menos. Es un nuevo salto hacia la desaparición de las especializaciones de todo tipo, otro de los cánceres de nuestra era.

Nos han hecho creer y estamos convencidos de que sin ellos no podemos realizar casi ninguno de nuestros quehaceres diarios. Eran otros tiempos: nos bastaba con tener teléfono fijo en casa y o nos localizaban a determinadas horas o nos dejaban recados que ya cogeríamos en su preciso momento. Nada era tan urgente, tan inminente. La paciencia existía y no vivíamos tan deprisa como ahora: lo queremos todo al instante, nunca podemos esperar.

Incluso los camellos se estresaban muchísimo menos que ahora, hasta ellos vivían mejor. Entonces  mantenían una rutina de bares y horarios, y sin más sabías dónde encontrarlos. Ahora se supone que es casi imposible localizarlos, no los dejas en paz, y además hay que inventar nosecuantas claves y contraseñas para especificar la cuantía de la mandanga al llamarles.

Entonces vivíamos en casa alrededor de aquel aparato –no tan pequeño y afortunadamente no portátil- que era el enlace entre nosotros y los que estaban en otro sitio sin más ataduras. Recuerdo que por ejemplo mis padres rejuvenecieron muchísimo gracias a él, porque cada dos por tres llamaba alguien preguntando si era el Gaztetxe de nuestro pueblo. Por otra parte, he de reconocer que lo que no dejó de rejuvenecer tanto a mi padre fue la cantidad de siestas que le boicotearon todos aquellos propios y extraños interesados en tocar en aquel Gaztetxe.

Mis padres aguantaron estoicamente todos aquellos años –y vaya por ellos estas líneas-, pero peor fue lo de los padres de un amigo, que paradójicamente es hoy en día uno de los principales accionistas de ese comecocos llamado facebook que te anula como persona social y te absorbe por completo para que airees todo lo que tienes que decir en una red de exhibicionismo cuasi-infantil. Volviendo a los padres de dicho amigo, éstos fueron sacados de la cama –¡no, no era la policía!- un día de labor cualquiera a las 05:00 de la mañana por un seguidor trashero mexicano, que no pudo aguantar sin llamar al teléfono que aparecía en la maqueta de una banda del otro lado –nuestro lado- del charco que acababa de conseguir, sin percatarse en ningún momento del evidente cambio horario. No sé cual de las aficiones de su vástago, aplaudirán con mayor ahínco los padres del susodicho… el thrash o el facebook.

Antes de que existieran el teléfono móvil y el no suficientemente satanizado facebook de los cojones, cuando queríamos distraernos y socializarnos un poco, salíamos y buscábamos a la gente en los bares –ahora mismo va camino de no ser posible, ya que también nos han echado de los bares-. En cambio, por culpa de la (in)comodidad de los móviles, la mayoría de las veces esperamos a quedar telefónicamente antes con alguien. Y si no los localizamos, muchas veces optamos por finalmente quedarnos sin salir. Antes, al salir solos y a la aventura, teníamos opción de juntarnos con gente, no tan cercana o conocida, y entablábamos nuevas relaciones que seguramente eran tan perniciosas como interesantes.

Otra cosa que me revienta es el tener que estar constantemente localizable. Y si no respondemos a la “llamada perdida” en un tiempo relativamente corto, tenemos que dar explicaciones a quien nos ha llamado. Los últimos años, hasta los teléfonos fijos cuentan ya con un dispositivo que te avisa de las llamadas no respondidas. Y el colmo de los colmos es el hecho de que cuando tu móvil está apagado o fuera de cobertura, y lo vuelves a encender o a tenerlo operativo, automáticamente se le avisa a la persona que previamente te ha llamado.

Ay, qué tiempos aquellos en los que no existían las llamadas de números ocultos, porque simplemente nunca sabías quien te estaba llamando. Entonces descolgar el aparato cada vez que te llamaban era toda una sorpresa (¡buena o mala, como la vida misma!). Además, entonces los de Movistar no te llamaban para darte la caca, porque todavía no existían.

El puto móvil hace que desde la mañana te levantes ya estresado, porque aún estando con las legañas pegadas necesitas meter correctamente el número de tu pin para encenderlo. Y en estas épocas de pins, contraseñas y puks, es difícil tener siempre la mente suficientemente clara y la sangre fría para no equivocarte o quedarte atascado, y por consiguiente, quedarte incomunicado durante los siguientes minutos, horas…

Otra cosa que apenas recuerdo y que prácticamente los móviles han borrado de mi mente es un sonido muy característico que a veces te hacía la bienvenida al hacer una llamada. Me refiero al intrigante sonido del fax, que saltaba en algunos establecimientos comerciales, asociaciones o a algunas viviendas  según transcurría la llamada. Aquel sonido chirriante e incomodo acompañaba a unos extraños aparatos –que aunque nunca fueron desarrollados lo suficiente como para advertirnos cada vez que se les terminaba el papel- hacían un gran servicio para envíar y recibir información cuando así lo requeríamos. Remontándome a esa época, recuerdo cuando por ejemplo las reseñas discográficas o musicales no se parecían tanto unas con otras; simplemente porque aún no existía una base de datos –google- accesible para mucha gente, dónde copiar infinitamente lo que alguien había escrito, cierto o falaz, poco importa. De hecho, hace ya unos cuantos años, la gente habla de cualquier tema (una banda de rock por ejemplo) sin haberla visto nunca, sin salir de casa. Pero no son tantos años, cuando sin internet, no era tan fácil documentarse, y la experiencia y el conocimiento de haber visto/oído bandas en directo tenía su verdadero valor, el que podías dar fe, ya que lo que opinabas tú mismo. El tan fácil y simple click para acceder a esa información posteriormente tantas veces calcada consistía en rebuscar bien  en tu propia memoria. De hecho, entonces el promedio de Alzheimer era mucho menor. ¿La vida sin móvil? No puede ser, no la recuerdo… ¿Cómo podíamos vivir sin él?

IKER BARANDIARAN

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