viernes, 2 de marzo de 2012

ENCERRADO PERO CONTENTO. Octavio Gómez Milián



Te puedo hablar de Deep Camboya. O su transmutación en mi habitación, al final del pasillo, a pocos pasos de la zona de exclusión. Recorría el camino, entre la cama de sábanas sucias y el escritorio, a mi lado, AC (AC era un FOB, Friend of Bob en los términos pactados por los miembros de la alta suciedad). Pensé en aprender el alfabeto morse para compartir vivencias con el fantasma descabezado que anidaba en la esquina. Entonces nadie sabía lo que era un chat (en realidad, a lo máximo que llegábamos era a confundirlo con un país incolocable bajo el África negra), punto y raya, punto y raya (y de rayas sabía mucho AC, yo, por aquel entonces, mantenía mi corazón acelerado a base de pastillas naranjas y canciones de Los Planetas grabadas en una TDK cromo, transparente, de sesenta minutos, el tiempo justo para ir y volver, para no superar nunca el punto de no retorno). Me imaginaba en un largo vuelo transoceánico, hablando con Charly García sobre las voces de Raudive, con un reproductor de cinta abierta enorme en una mano y una botella de vino negro chileno en la otra. Sabía que el hijo de Martín Mantra, Félix Mantra, estaba en el baño del avión desde que habíamos despegado, jugaba con sus recortables de El Santo, parapetado tras la puerta de plástico rancio (los desechos caían desde el cielo y no había ningún blog que los registrara en medio del océano). No saldría de allí, había visto demasiados super-ocho rodados sin iluminación ni sonido, de ataques zombies en mitad de películas apócrifas de la saga “Aterriza como puedas”. Le ponía los cascos a Charly y adelante y atrás, una y otra vez, la sinfonía de tactactacs con la que registraba las conversaciones con el espectro. Tenía muchos catálogos, catálogos manoseados de VHS para venta por correo. Contra-reembolso y en la moneda que mandaran. A veces leía tebeos de Bruguera, comprados en el rastro a peso, y veía los anuncios en la última página, camisetas blancas con la imagen de Shang-Chi, el hijo de Fumanchú; también cometas (sí, cometas, de las que se llevan al parque un domingo por la mañana si eres un niño sano de ciudad con ganas de aire puro), con el logo de Spiderman. Me gustaban, quería recortar el cupón y enviarlo, aún sabiendo que la editorial había quebrado hace años. ¿Quién recibiría los últimos pedidos, cuando la oficina estaba vacía y no había ningún chupatintas para mantener activo el Facebook de la empresa? No, perdón, entonces no había nada de eso, se podía pagar con sellos de correos, como los últimos cromos de  la colección del mundial Italia 90, Enzo Francescoli que estás en los cielos. Vuelvo a la habitación, me asomo a la zona de exclusión y preparo el especial del día: café de café (la receta es sencilla: te haces un café y después, vuelves a prepararte otro, pero en vez de poner agua, le echas el primer café. Traten de dormir después de eso.). No me pillarán despierto, noto las vainas germinando bajo mis pies, reviso una y otra vez los catálogos en busca de una traducción al castellano del Necronomicón, con eso podré protegerme, estoy seguro. Escribo la dirección para el envío con mano temblorosa e incluyo un directo pirata de Bauhaus para aprovechar los gastos de envío. Cruzo los dedos, cuento los días las vainas son cada vez más grandes. 

OCTAVIO GÓMEZ MILIÁN
BLOG DEL AUTOR: ZARAGOTA

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