miércoles, 18 de enero de 2012

CUANDO AÚN SE ESCRIBÍA A MÁQUINA. José Luis Moreno-Ruiz


Había, en aquel tiempo, espectáculos deliciosos a fuer de tremendos, por ejemplo si llegaba el momento de una bronca en cualquier redacción.
Mejor aún que la vez en que me fue dado presenciar, en el hace muchos años extinto diario Pueblo, cómo un viejo periodista fascista, que guardaba pistola en el cajón de su mesa, en el trance de discutir con otro viejo periodista fascista, tiró del arma y pegó un tiro en el techo. Pintura y descascarillados del cielo raso cayendo como nevada a cámara lenta, like in a Sam Peckinpah’s film. Preciosos instantes de terror y risa. Más tarde, los viejos periodistas fascistas se emborracharon para sellar la paz. Justo es señalar que convidaron al whisky, igualmente, al resto de la redacción.
Hablo, al decir que fue mejor, de otra bronca presenciada en la redacción de Radio 3 (RNE), cuando dos musiqueros debatían, a saber si por un quítame allá las pajas, con perdón, de esa sinecura auspiciada por una compañía discográfica. Fue la cosa que, uno de ellos, con las venas del cuello hinchadas y la voz vulturnosa y honda profiriendo amenazas incluso de muerte, alzó una máquina de escribir Olivetti y así, con ella en lo más alto, hizo como que se la iba a tirar a la cabeza al otro, que tratando de quitarle importancia al trance permanecía en su mesa.
Un par de manos –no fueron las mías; me importaban nada, una higa, las cuitas de los musiqueros de la emisora– impidieron que la cosa pasara a mayores y el asunto siguió por los dominios léxicos, no más, de las verduleras, hasta que llegó alguien con mando en plaza y mandó parar.
Esto, hoy, sería imposible. Los ordenadores cada vez son más livianos, y no hablemos si se trata de los llamados portátiles, por lo que es difícil que alguien tenga la intención de usarlos, en algún momento, como armas arrojadizas. ¿Y qué decir de un teclado? Más daño se harían, dos redactores verduleras, si se quitaran sendas pestañas con la intención de apuñalar con ellas al contrario.
Sin embargo, una máquina de escribir como aquellas de la marca Olivetti, grisáceas y aceradas, con chaqueta metálica como los proyectiles de un calibre de guerra… Antes de los ordenadores (que yo, al menos, comencé a utilizar en 1994, en la revista Interviú) las redacciones parecían a menudo las letrinas del OK Corral, o bueno, no exageremos; quizá sólo eran como las letrinas del Saloon próximo al OK Corral. Ahora semejan habitaciones de adolescentes de la mesocracia, que juegan al tetris –o derivados, no sé– porque no saben jugar al teto (¿el teto? Tú te agachas y yo te la meto).
¿Emociones? Sí, alguna otra emoción recuerdo, de cuando no había ordenadores ni teléfonos móviles.
Ahora, quien tenga una relación amorosa clandestina, cae en la rutina y hasta en la molicie. La cuota alícuota y carnal, y hasta semoviente, de la dicha relación, puede enviar mensajes escritos y dejar mensajes de voz, en el buzón del adminículo telefónico, que el receptor, por precaución, puede tener en vibrator para que sólo él sepa si le ha llegado o no la cita.
Cuando no había teléfonos celulares la cosa era, sin duda, mucho más excitante. Un pretexto cualquiera, bajar a comprar tabaco, para entrar con urgencia en la cabina de teléfonos de la calle, y quedar con la cuota alícuota y carnal de la relación clandestina, con palabra atropellada y hálito termodinámico; aprisa para no levantar sospechas en casa por la tardanza. Así daba mucho más gusto, por ejemplo, relacionarse con mujeres casadas.
E igual, más o menos, con todo. Recuerdo a una chica, en otra redacción periodística, que cuando precisaba de alguna exoneración urgente, proclamaba sin cuentos que iba al baño para hacerse una paja a puro dedo; quién sabe si pugnaz ella, por la urgencia y el prurito de no consumir demasiado tiempo en el empeño. Tal y como lo digo. Era realmente simpática.
Ahora, sin embargo, alguna habrá que se ponga braguita con minivibrador incorporado, de esos que se activan además mediante control remoto. Puede que, por eso de lo consuetudinario, así se haga las pajas, la tal, tranquilamente, sin procurarse la clandestinidad del cuarto de baño, precioso y muy preciso receso.
Así, indefectiblemente, sólo se podrán escribir chuminadas.


JOSÉ LUIS MORENO-RUIZ
BLOG DEL AUTOR: Contradiarios Moreno-Ruiz

1 comentario:

  1. Pues, muchas gracias.
    Y que me encanta la foto de esa "secre", sin duda más cachonda que la música de los caballitos...
    JL

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